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domingo, 11 de noviembre de 2018

De vez en cuando...

Pienso.
Lo malo es que esos instantes de lucidez (o locura, según se mire) me suelen dar en sitios poco amables con lo de escribir, la ducha, el baño...

Entonces surgen las duchas de minuto o las prisas mientras anoto las ideas básicas sobre esa idea maravillosamente loca.

Y todo porque los zumos de Naranja se han de tomar recién exprimidos, porque si no, como muy bien dicen todas las madres del mundo antes de soltar su colleja voladora: "se les van las vitaminas".

De ahí a reflexionar sobre las esperanzas y la ilusiones... solo hay unas gotas de gel y algo de agua caliente.

Porque no son lo mismo.
Para nada.

Esperanza, etimológicamente hablando, viene de esperar. De no ejercer acción alguna, de la pasividad del no hacer nada y "esperar" a que algo suceda. En cierto sentido podría ser considerado una parte de la estrategia de nuestras vidas. Tenemos esperanzas de que algunas cosas sucedan pero las vemos tan lejanas, tan grandes que no podemos hacer nada por alcanzarlas.

Pero la vida no solo requiere de estrategia sino también de estrategia. Y ahí es donde entran las ilusiones. Las primas revoltosas de las esperanzas... Las que implican una acción, un hacer para que se conviertan en realidades, las que necesitan de la motivación para fabricarlas y de la determinación para ejecutarlas.
Las esperanzas llegarán, quizás; las ilusiones hay que hacérselas.

Así, después de la ducha rapida llego a la conclusión de que una esperanza no es más que una ilusión cansada o lo que es lo mismo, que las ilusiones hay que tomarlas recién hechas, si no, como al zumo de naranja, se le van todas las vitaminas y, al final, devienen en esperanzas. Eso si, las esperanzas toleran muy bien el congelador... esperando el día en que sean descongeladas.




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