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jueves, 14 de febrero de 2013

San Valentín ( #HistoriasdeBar )

Hoy es un día señalado en el calendario de ventas de las grandes superficies comerciales. Al pairo de demostrar algo que no debería ser demostrado solo hoy, se empeñan en que hagamos alarde de un amor que más bien, creo yo, debería ser callado y cálido y no un huracán que arrase hoy con todo y luego desaparezca en el horizonte hasta no se sabe cuándo, ¿No sería mejor que fuese una suave brisa que, cada mañana despejase dudas e incertidumbres?, me pregunto.

Pero total, ¿y a mí, que mas me da?, pienso mientras vuelvo a escurrir la bayeta y acabo de limpiar las mesas de la terraza, que la obra de al lado me han puesto hechas un asco. Si es que se me va la pinza de vez en cuando. Cualquiera que me vea desde la otra acera pensará: mira, ya está otra vez de buena mañana y pensando en la mona de pascua, con la bayeta en la mano apoyada en la cadera y mirando al infinito elucubrando sus cosas, en su mundo. Trabajar detrás de una barra es lo que tiene... Aprendes a usar los tiempos muertos, pero a veces filosofas demasiado...

-Buenos días.- a mis espaldas, la voz de Luis, me despierta de mis sueños.
-Hola Luis, buenos días. Pasa, siéntate -le contesto- enseguida te pongo el desayuno.
Las pequeñas rutinas cotidianas se imponen a mis ensoñaciones y la maquinaria consigue ponerse en marcha. Cortado largo de café, una tostada con aceite y tomate, dos azucarillos y el periódico. Todos los días lo mismo desde hace mas de un año. Buena gente este Luis. Puntual, aseado, pero con una mirada que, a veces lo he sorprendido fugazmente, me indica una gran tristeza acumulada.

Sin embargo hoy, hay algo distinto.
-Hueles bien. ¿Has cambiado de colonia? - le pregunto cuando me acerco a llevarle el desayuno.
-Pues si. Que detallista eres. -me contesta con una sonrisa de oreja a oreja. Y entonces lo veo a su lado: un pequeño paquete de color rojo atado con un lazo oscuro y... claro: hoy es San Valentín.
- ¡Un regalo! Gracias chico, es todo un detalle de tu parte acordarte del día de hoy - le comento, bromeando
- Uy, disculpa. No. Yo... - tartamudea, indeciso.
- ¡No hombre, no!. ¡Que era una broma!. Tranquilo. -le contesto rápido, para que no siga apurándose. Ahora - insisto suavemente - como no le guste, ya sabes dónde estoy hasta la hora de las comidas,¿ eh? - y le guiño un ojo, riendo.
- Ja,Ja,Ja... Que bromista eres, me contesta, antes de darle un sorbo a su café, rojo como un tomate.

Una vez que le he gastado la broma, me vuelvo a la barra que ya empieza a entrar la parroquia de habituales. Entre cafés y bocadillos, lo veo como alarga el tiempo del desayuno, mirando el reloj de vez en cuando. Y, de repente, alza la nariz de su tostada y sonríe mirando a la puerta. No puedo dejar de seguir las señales de colorines que envían sus ojos y me sorprendo al ver a María en la puerta que como siempre, entra sin saludar, mirando al suelo. Siempre he pensado que menudo hijo de puta tuvo que ser el cabrón de su marido para dejar hecha una piltrafa a una mujer tan bonita. Desde hace varios meses la María que conocíamos todos cayó en un pozo sin fondo y la mujer enérgica, capaz de llevar ella sola el despacho de pan, la que todos saludábamos y apreciábamos, desapareció tras la sombra de la persona que entraba cada mañana a por su café y últimamente a por su copa. Ya se lo había comentado varias veces. Que era muy temprano para empezar el día con una copa de anís, sin comer nada. Pero ella solo me miraba fijo a los ojos y me enseñaba el billete para pagarme. Sin hablar, no hacía falta. Ella había tomado su decisión y su viaje diario hacia las sombras del olvido se alimentaba de ese licor. Todos la compadecíamos y en alguna ocasión algunos habíamos intentado establecer un dialogo con ella, pero nunca contestaba. Había decidido considerarse un muerto andante y hasta que no quisiera o pudiera salir por su propio pie de ese delirio, no admitiría que nadie la ayudase.O, al menos, eso era lo que creíamos todos en el bar.

Hoy ha vuelto a pedirme lo mismo pero cuando me he girado a buscar la copa, he visto reflejado en el espejo a Luis que se ponía a su lado un paso por detrás, silencioso y discreto. Al girarme me ha dado un escalofrió en la espalda, los he visto a los dos juntos por primera vez. El uno tímido, pero erguido, aseado y esperando a que María levantase la vista del suelo para coger su copa. La otra ausente, con una mano dejada caer sobre la barra, la viva imagen de una mujer derrotada por la vida. Entre los dos estaba el pequeño paquete que Luis había dejado en la barra. Le he puesto el café, pero al dejar la copa sobre la barra y antes de que abriera la botella, Luis la ha cogido y me la ha devuelto, enérgico, seguro.
- Hoy, creo que esto no hace falta.- ha dicho con una voz distinta.

María se ha quedado extrañada al encontrar el vacio del aire donde normalmente estaba su anestésico. Yo creo que no lo ha oído y que , por eso, le ha mirado extrañada. Ni fuerzas para protestar tenia.
- Hoy creo que será mejor que tomes esto - le ha dicho Luis, mientras le acercaba el pequeño regalo.
María se le ha quedado mirando como si no lo hubiera visto en su vida, un extraterrestre que había entrado hasta el fondo de su cueva y le hablaba en un lenguaje desconocido. Mientras procesaba lo que Luis le había dicho, ha mirado el paquete.

- Venga mujer - he dicho yo, para romper el incómodo silencio que se había producido en el bar 
- Ábrelo, que me muero de ganas de saber que es. - la he animado desde mi lado de la barra.


Parecía que el mundo se hubiera detenido. Los escasos clientes madrugadores, todos habituales, estaban pendientes de María. Hasta el molinillo de café ha dejado de hacer ruido esperando que ella regresase del fondo de sus sombras y deshiciese el nudo del paquete. María me ha mirado, y le he descubierto unos preciosos ojos verdes. Si esta mujer se cuidase un poco, he pensado...
Luis, a su lado, esperaba quieto. Lentamente, su mano se ha movido hacia el lazo, tocándolo despacio, con la punta de los dedos, como si no fuese real. Ha mirado a Luis y con los ojos le ha preguntado si, de verdad, el regalo era para ella. El, entendiendo sus miedos y su pregunta, solo ha empujado levemente el regalo hacia su mano. Sin palabras, María ha deshecho el lazo de raso y ha abierto la caja.

Dentro dos hermosas magdalenas de chocolate recién hechas, todavía desprendían el olor dulce del cariño con el que habían sido horneadas. El aroma del chocolate y el azúcar, el brillo de la masa esponjosa... Estaban diciendo cómeme...

-Creo recordar que te gustaban. Te vi comerlas más de una vez en el horno - le ha dicho Luis bajito, rompiendo el hechizo. Y me parece que es mejor empezar el día comiéndote una, o las dos si te apetecen, que con una copa de anís. ¿No crees?
María ha tardado una eternidad en reaccionar. Al final ha cogido una y la ha pellizcado para llevarse un trozo pequeño a la boca. Pero la cara le ha cambiado en cuanto la ha probado.
- Las has hecho tu? Le ha preguntado a Luis, sonriendo entre migas...
- Si, esta misma mañana.-le ha contestado él sonriendo de oreja a oreja.
-Están muy ricas. Te han quedado buenísimas - le ha dicho ella, sin poder parar de comer.
- Me alegro mucho de que te gusten.

Y, como suele decirse: un ángel ha pasado por encima de todos nosotros. Si pudiera describir la escena: veríamos a María con la boca llena de magdalena sin poder parar de darle pequeños pellizcos y llevándoselos a la boca con avaricia. Como una niña celosa de que se acabe algo tan rico. Como alguien que ha redescubierto un placer olvidado. Luis mirando como ella se la comía, sonriendo feliz. Los dos descubriéndose con miradas que perdieron, cada uno en su pasado.
-Bueno -he dicho yo, rompiendo el hechizo- se me disuelva la manifestación. Poneros en la mesa que se me va a llenar la barra - les he dicho sonriendo.
Luis ha cogido el café con una mano y el codo de María delicadamente con la otra. Ella agarrada a su regalo se ha dejado llevar hacia la mesa. Antes de sentarse, Luis ha vuelto a la barra y devolviéndome el periódico me ha dicho:
-Creo que hoy ya no lo voy a necesitar.

Una preciosa sonrisa se ha dibujado en su cara cuando le he guiñado el ojo, antes de coger la bayeta, limpiar la barra de migas de magdalena y pensar para mis adentros:
-¡Joder! Se me ha metido algo en este ojo... Cachis... Ya no lo recordaba, pero hay días que me encanta este trabajo.


Imagen tomada del Blog: Alma de Azúcar.

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