Fue su olor lo que la delató. Tantos años y seguía usando el mismo 
perfume que, al contacto con su piel, tenía aquel olor tan 
característico, aquel olor que me traía tantos recuerdos. El tren 
avanzaba lento al salir de Praga. El invierno estaba llegando a su fin y
 ya se veían algunos signos de que la primavera llamaba a las puertas de
 la vieja ciudad. En los jardines empezaban a despuntar los primeros 
brotes y las flores se abrían paso entre los restos de nieve.  En ese 
momento yo estaba de espaldas, asomado a la ventanilla del tren, y no la
 vi llegar. 
Cuando pasó por detrás de mí, pude darme cuenta. Solo ella olía así. 
No pude evitar girarme para seguir sus caderas por el estrecho pasillo 
del tren.  Había que reconocer que sabía caminar, el vestido negro 
favorecía su silueta y los discretos zapatos, sin mucho tacón, le hacían
 más esbeltas las piernas. Los años no habían alterado el color natural 
de su pelo, ese naranja intenso que tantas veces me embrujó.  Me dí 
cuenta de que se instalaba en un compartimento al otro lado del vagón. 
Cuando desapareció de mi vista, no me lo podía creer. Ella, allí, tan 
lejos. Un fantasma del pasado.
A veces la vida te lleva por caminos insospechados, pensé. Resultaba 
muy curioso que una cadena de coincidencias me habían llevado hasta ese 
tren nocturno hacia Berlín y que ella estuviera en este mismo tren era 
“casi” imposible. No pude evitar sonreír al recordar nuestro último 
encuentro. En otro tiempo, en otro país, y en otra estación de tren. Fue
 ella la que decidió aceptar aquel trabajo lejos de casa, lejos de 
todos. Simplemente me dijo adiós y se marchó. Y ahora volvía a 
encontrarla,
El sol se ocultaba, lentamente, detrás de las montañas. La vía seguía
 el curso de uno de esos ríos europeos que lentamente, van dejándose 
caer hacia el mar. Encajonado en un estrecho pasillo entre montañas, 
veía pasar el agua lenta, reposada. De vez en cuando alguna barcaza se 
situaba en paralelo al tren y durante unos instantes compartíamos el 
mismo viaje.  No me había sentado en mi butaca. Me había dejado llevar 
por la placidez del río y los recuerdos acumulados de los años que 
pasamos juntos. Al pasar la frontera de Alemania,  decidí a ir a 
buscarla. Pensé que al estar en un país extranjero para los dos, una 
tierra de nadie, podríamos conjurar juntos los fantasmas que nos 
separaron en el pasado. Buscaba una respuesta. No es que fuera 
importante encontrar respuestas ahora que ya habían pasado muchos años, 
pero si no lo hacía, sabía que ne arrepentiría siempre.
Me acerque lentamente por el pasillo, preguntándome como abordarla. 
No bastaba un simple “hola como estás”, tendría que ser algo más 
original. Caminaba distraído en esos pensamientos cuando al llegar 
delante de la puerta de su compartimento, en ese mismo instante, ella la
 abrió y salio al pasillo. La agarré por la cintura justo cuando se 
abalanzaba sobre mí. Se quedó de piedra. Pude ver la sorpresa pintada en
 su rostro. Al principio por el tropezón, y luego como iban abriéndose 
su hermosos ojos marrones conforme su cerebro reaccionaba y me 
reconocía.  Casualmente, yo no había dejado de abrazarla por la cintura,
 cuando ella me puso la mano en la cara y con voz entrecortada por el 
susto me preguntó: “Vaya, que sorpresa. Hola, que tal, como estás?”.
Ahora, el sorprendido fui yo. Me entró la risa floja y, sin soltar su
 cintura, empecé a reír. Ella, sin quitar su mano de mi cara, se 
contagió de mi risa y acabamos abrazados en mitad del pasillo.  Después 
de unos momentos interminables, me cogió dulcemente de la mano y me 
sentó a su lado en el compartimento. Cerró la puerta y corrió las 
cortinas, se agarró de mi brazo y recostó su cabeza contra mi hombro, 
haciéndose un ovillo en su asiento. No hablaba, tan solo me abrazaba 
fuerte.
Fuera el sol se había ocultado ya detrás de las montañas. En esa hora
 mágica, entre el día y la noche, en un viejo tren camino de Berlín, un 
amor del pasado reencontrado de forma casual lloraba, en silencio contra
 mi hombro. 
No había nada más que decir, sobraban todas las palabras.
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