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domingo, 16 de febrero de 2014

La cabaña.

Suspiró profundamente y recogió de la mesa dos cubiertos y dos platos que limpió con mucho cuidado. Sin quitarse los guantes de fregar, recogió las bolsas de basura y las dejó abiertas en la parte de atrás de la cabaña. A lo lejos se podía escuchar como aullaban, hambrientos, los coyotes. El invierno estaba muy cerca, empezaba a levantarse un viento helado y un escalofrío involuntario recorrió su espalda.

Fue una gran idea alquilar esta cabaña tan aislada. Así, los dos solos, habían tenido tiempo para aclarar sin estridencias ni testigos incómodos, todos esos "malentendidos" que en principio fueron malas palabras, insultos, gritos y amenazas pero que con el paso de los años, se fueron transformando en golpes esporádicos y, sobre todo, un metódico e intenso maltrato psicológico que hacía imposible la convivencia. Afortunadamente, había resultado mucho más fácil de lo que creía en un principio: ya estaba todo resuelto y lo mejor es que todavía quedaban tres semanas de alquiler pagado. Sería tiempo más que suficiente. Recorrió el salón con la mirada, antes de juntar la puerta, sin cerrarla del todo. Bajó silbando bajito, alegre, hasta la orilla del lago, cogió dos piedras, se ajustó la cazadora, subió a la canoa y usando el mango del hacha se separó del embarcadero.

La usó para remar y llegar al centro de la corriente. Allí la dejó caer, ensangrentada, por la borda viendo como se hundía, rápidamente, hasta el fondo. Entonces se quitó los guates, metió una piedra en cada uno, hizo un nudo y los lanzó bien lejos. De pié en la canoa se detuvo un instante a contemplar el paisaje disfrutando del silencio, respiró hondo, cogió el remo y se alejó, sola, en busca de una nueva vida.


Versión larga del Microcuento presentado al concurso de La Ventana de la Cadena Ser.

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