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lunes, 3 de marzo de 2014

Chocolate con sal. ( #HistoriasdeBar )

Tras un largo día de trabajo, la aburrida y conocida autopista, me devuelve a casa y me permite activar el control de velocidad, que conecte el "piloto automático" y me relaje por fin, conduciendo rumbo sur con el mar a la izquierda y el sol cada vez más bajo en el horizonte. A la altura de Benicassim justo cuando iba a cambiar un aburrido programa de la radio por un CD de Ben Webster, he escuchado una voz que llamó mi atención al mencionar distintos tipos de chocolate. Justo antes de poner el CD, hablaba sobre el Chocolate con Sal...

Ha sido empezar a escuchar "Tenderly" y mi mente se ha puesto a recordar... el paisaje desaparece en otros horizontes que proceden del pasado, y yo ya no estoy conduciendo hacia casa. He vuelto a Formentera, y estoy... estamos en aquella pequeña habitación del Sa Vinha, el hostal de Pepe Mayans en Es Pujols. A esas paredes blancas y al reflejo azul del mar entrando por la ventana. Solo teníamos tres días y habíamos decidido escapar, Rita del bar y yo de la furgoneta y del café... Nos apetecía estar juntos y, sobre todo, solos, por primera vez. Casi todo estaba por descubrir entre nosotros. Nuestros gustos, los defectos. Todo era nuevo y excitante. El Sol, la playa, tu cuerpo, esa sal sobre tu piel y el deseo que florecía en nuestras miradas...

Aquella última tarde la siesta se resistía. Fuera se escuchaban las chicharras y, a lo lejos, las olas rompían contra la playa. Yo me acababa de duchar, intentando mitigar el calor, y al salir del baño con la toalla alrededor de la cintura, allí estabas tú, desnuda y radiante, tumbada boca abajo sobre las sábanas blancas, mordiendo pequeños trocitos del chocolate con sal de las salinas que habíamos comprado esa mañana en el mercado del Pilar. De la Mola...
- ¿Está rico? - te pregunté, mientras me secaba el pelo con la toalla.
- ¡Muy bueno! - me contestaste, sorprendida, girándote un poco y dejándome así, contemplar tu precioso costado. Repasé con la mirada en silencio, la curva de tu hombro, la perfección de tu pecho adornado con ese pezón moreno, erguido  y desafiante, tus caderas y esas interminables piernas. Al llegar a tus pies tu voz me sacó de la ensoñación - si quieres tendrás que darte prisa; es tan fino que, con este calor, se me derrite en los dedos.

Toma - me dijiste, acercándome una pequeña porción.
Y claro que la cogí: pero fueron tus dedos llenos de chocolate mi objetivo. Primero el pequeño trozo, y luego el resto que se había quedado pegado en tu piel por el calor. Extendiendo tu dedo índice y mirándote a los ojos, me dediqué a lamerlo con todo mi entusiasmo. Lentamente, pasé al dedo pulgar y me entretuve entre los otros dedos... consiguiendo llamar tu atención...
- Imagínate - te dije, mientras te ayudaba a darte la vuelta y ponerte boca arriba, cómodamente en la cama - que con el calor que hace... ¿qué sucedería si reparto pequeños trocitos de chocolate por tu todo cuerpo...?.
-No sé... - contestaste con falsa ingenuidad, mientras te acomodabas una almohada - ¿qué crees que pasaría Andrés? - me preguntaste con un mohín, mordiéndote a continuación, el labio inferior...
- Yo creo que si colocamos un trocito aquí, cerca del corazón... Y mientras hablaba cortaba un pequeño trozo que dejé de lado, suavemente, en la cima de tu pecho, apoyado en el pezón que, obediente reaccionó inmediatamente a mi suave caricia - Si te estás quieta no tardará mucho tiempo en derretirse. Entre el calor de tu piel y la calina de mediodía... entonces creo que debería ocuparme de él... - te dije susurrando mientras, mirándote a los ojos, acercaba la punta de mi lengua para lamer tu pezón donde el chocolate había empezado ya, a derretirse...

Recuerdo perfectamente como tu sonrisa me guió para atender el deseo que, urgente, brillaba en tus ojos. Mi lengua hizo que tus pezones reaccionaran inmediatamente. Y fue tu boca y tu propia lengua la que buscó la mía para disfrutar también del sabor del chocolate robado en tu piel.
El calor subió varios grados, cuando se me ocurrió dejar otro trozo cerca de tu ombligo... Recuerdo que ahí se derritió todavía más rápido, y entonces tuve que apurar el último trozo que dejé delicadamente, en la cima de tu monte de Venus. Tu sexo sin vello, suave y tentador, era la superficie perfecta para dejar que el chocolate fuera derritiéndose lentamente, expandiéndose sin pudor. Los juegos, nuestras manos, nuestro sudor, ya habían conseguido elevar la temperatura de tu cuerpo de tal manera que en cuanto la fina lámina de chocolate reposó sobre tu piel, empezó a derretirse. Y claro,... me vi obligado a instalarme cómodamente entre tus piernas. El lugar que siempre había querido adorar de cerca. Fue un placer dedicarme a lamer esa piel tan delicada, a recoger con mi lengua y mis dedos las pequeñas gotas de chocolate que se deslizaban perezosas entre tus labios. Las de tu boca que urgente me reclamaba a veces y las otras que, cada vez más húmedas, eran el termómetro perfecto para medir la temperatura de nuestra pasión.

Lamer, chupar, morder... en esos instantes mi mundo se resumía en atender, dedicado, tus necesidades. Tus urgencias eran mis prioridades. Tu respiración alterada y los movimientos de tus caderas se acentuaban a cada caricia de mi lengua sobre tu sexo, buscando tu clítoris que estaba cada vez más caliente y excitado. Deslizaba mis dedos de abajo arriba, buscándolo, acariciándolo con delicadez para luego introducirlos muy despacio en tu sexo, sacarlos mojados de ti y chuparlos con devoción. No podías resistirlo más y te incorporaste, sentándote en el borde de la cama temblando de excitación. Con la piel brillante de sudor, las piernas abiertas y mi cabeza entre ellas. Yo de rodillas, delante de ti adorándote y devorando el poco chocolate que aún quedaba en tu piel... No me hizo falta mucho más para vencer tus últimas defensas. Y al dejarte caer hacia detrás gimiendo de placer, mientras me estirabas del pelo, declarabas tu incondicional rendición y tus ganas de que no terminara nunca esa tarde...

Y en verdad fue una tarde larga y luego una noche fresca, lo que nos ayudó a reponer fuerzas. Un baño a la luz de luna, una cena romántica y de postre... un recuerdo maravilloso.
El saxo de Ben Webster suena junto al piano de Oscar Peterson en Hannover allá por el año 1972 mientras una racha de aire hace que deje de soñar, agarre con fuerza el volante y me vuelva a concentrar en la carretera. No queda nada para llegar a casa. Una ducha, me cambio de ropa y todavía llegaré a tiempo de recoger a Rita en el bar. Mañana libra y creo que le gustará el sitio donde vamos a cenar. De allí a su casa hay un paso y esta vez me he asegurado de comprar suficiente cantidad de Chocolate con Sal...

(Imaginado con la deliciosa complicidad de @eva_bruixa )


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