Tras un largo día de trabajo, la aburrida y conocida autopista, me
devuelve a casa y me permite activar el control de velocidad, que
conecte el "piloto automático" y me relaje por fin, conduciendo rumbo
sur con el mar a la izquierda y el sol cada vez más bajo en el
horizonte. A la altura de Benicassim justo cuando iba a cambiar un
aburrido programa de la radio por un CD de Ben Webster,
he escuchado una voz que llamó mi atención al mencionar distintos tipos
de chocolate. Justo antes de poner el CD, hablaba sobre el Chocolate
con Sal...
Ha sido empezar a escuchar "Tenderly" y mi mente se ha puesto a
recordar... el paisaje desaparece en otros horizontes que proceden del
pasado, y yo ya no estoy conduciendo hacia casa. He vuelto a Formentera,
y estoy... estamos en aquella pequeña habitación del Sa Vinha, el
hostal de Pepe Mayans en Es Pujols. A esas paredes blancas y al reflejo
azul del mar entrando por la ventana. Solo teníamos tres días y habíamos
decidido escapar, Rita del bar y yo de la furgoneta y del café... Nos
apetecía estar juntos y, sobre todo, solos, por primera vez. Casi todo
estaba por descubrir entre nosotros. Nuestros gustos, los defectos. Todo
era nuevo y excitante. El Sol, la playa, tu cuerpo, esa sal sobre tu
piel y el deseo que florecía en nuestras miradas...
Aquella última tarde la siesta se resistía. Fuera se escuchaban las
chicharras y, a lo lejos, las olas rompían contra la playa. Yo me
acababa de duchar, intentando mitigar el calor, y al salir del baño con
la toalla alrededor de la cintura, allí estabas tú, desnuda y radiante,
tumbada boca abajo sobre las sábanas blancas, mordiendo pequeños
trocitos del chocolate con sal de las salinas que habíamos comprado esa
mañana en el mercado del Pilar. De la Mola...
- ¿Está rico? - te pregunté, mientras me secaba el pelo con la toalla.
- ¡Muy bueno! - me contestaste, sorprendida, girándote un poco y
dejándome así, contemplar tu precioso costado. Repasé con la mirada en
silencio, la curva de tu hombro, la perfección de tu pecho adornado con
ese pezón moreno, erguido y desafiante, tus caderas y esas
interminables piernas. Al llegar a tus pies tu voz me sacó de la
ensoñación - si quieres tendrás que darte prisa; es tan fino que, con
este calor, se me derrite en los dedos.
Toma - me dijiste, acercándome
una pequeña porción.
Y claro que la cogí: pero fueron tus dedos llenos de chocolate mi
objetivo. Primero el pequeño trozo, y luego el resto que se había
quedado pegado en tu piel por el calor. Extendiendo tu dedo índice y
mirándote a los ojos, me dediqué a lamerlo con todo mi entusiasmo.
Lentamente, pasé al dedo pulgar y me entretuve entre los otros dedos...
consiguiendo llamar tu atención...
- Imagínate - te dije, mientras te ayudaba a darte la vuelta y
ponerte boca arriba, cómodamente en la cama - que con el calor que
hace... ¿qué sucedería si reparto pequeños trocitos de chocolate por tu
todo cuerpo...?.
-No sé... - contestaste con falsa ingenuidad, mientras te acomodabas
una almohada - ¿qué crees que pasaría Andrés? - me preguntaste con un
mohín, mordiéndote a continuación, el labio inferior...
- Yo creo que si colocamos un trocito aquí, cerca del corazón... Y
mientras hablaba cortaba un pequeño trozo que dejé de lado, suavemente,
en la cima de tu pecho, apoyado en el pezón que, obediente reaccionó
inmediatamente a mi suave caricia - Si te estás quieta no tardará mucho
tiempo en derretirse. Entre el calor de tu piel y la calina de
mediodía... entonces creo que debería ocuparme de él... - te dije
susurrando mientras, mirándote a los ojos, acercaba la punta de mi
lengua para lamer tu pezón donde el chocolate había empezado ya, a
derretirse...
Recuerdo perfectamente como tu sonrisa me guió para atender el deseo
que, urgente, brillaba en tus ojos. Mi lengua hizo que tus pezones
reaccionaran inmediatamente. Y fue tu boca y tu propia lengua la que
buscó la mía para disfrutar también del sabor del chocolate robado en tu
piel.
El calor subió varios grados, cuando se me ocurrió dejar otro trozo
cerca de tu ombligo... Recuerdo que ahí se derritió todavía más rápido, y
entonces tuve que apurar el último trozo que dejé delicadamente, en la
cima de tu monte de Venus. Tu sexo sin vello, suave y tentador, era la
superficie perfecta para dejar que el chocolate fuera derritiéndose
lentamente, expandiéndose sin pudor. Los juegos, nuestras manos, nuestro
sudor, ya habían conseguido elevar la temperatura de tu cuerpo de tal
manera que en cuanto la fina lámina de chocolate reposó sobre tu piel,
empezó a derretirse. Y claro,... me vi obligado a instalarme cómodamente
entre tus piernas. El lugar que siempre había querido adorar de cerca.
Fue un placer dedicarme a lamer esa piel tan delicada, a recoger con mi
lengua y mis dedos las pequeñas gotas de chocolate que se deslizaban
perezosas entre tus labios. Las de tu boca que urgente me reclamaba a
veces y las otras que, cada vez más húmedas, eran el termómetro perfecto
para medir la temperatura de nuestra pasión.
Lamer, chupar, morder... en esos instantes mi mundo se resumía en
atender, dedicado, tus necesidades. Tus urgencias eran mis prioridades.
Tu respiración alterada y los movimientos de tus caderas se acentuaban a
cada caricia de mi lengua sobre tu sexo, buscando tu clítoris que
estaba cada vez más caliente y excitado. Deslizaba mis dedos de abajo
arriba, buscándolo, acariciándolo con delicadez para luego introducirlos
muy despacio en tu sexo, sacarlos mojados de ti y chuparlos con
devoción. No podías resistirlo más y te incorporaste, sentándote en el
borde de la cama temblando de excitación. Con la piel brillante de
sudor, las piernas abiertas y mi cabeza entre ellas. Yo de rodillas,
delante de ti adorándote y devorando el poco chocolate que aún quedaba
en tu piel... No me hizo falta mucho más para vencer tus últimas
defensas. Y al dejarte caer hacia detrás gimiendo de placer, mientras me
estirabas del pelo, declarabas tu incondicional rendición y tus ganas
de que no terminara nunca esa tarde...
Y en verdad fue una tarde larga y luego una noche fresca, lo que nos
ayudó a reponer fuerzas. Un baño a la luz de luna, una cena romántica y
de postre... un recuerdo maravilloso.
El saxo de Ben Webster suena junto al piano de Oscar Peterson en Hannover allá
por el año 1972 mientras una racha de aire hace que deje de soñar,
agarre con fuerza el volante y me vuelva a concentrar en la carretera.
No queda nada para llegar a casa. Una ducha, me cambio de ropa y todavía
llegaré a tiempo de recoger a Rita en el bar. Mañana libra y creo que
le gustará el sitio donde vamos a cenar. De allí a su casa hay un paso y
esta vez me he asegurado de comprar suficiente cantidad de Chocolate
con Sal...
(Imaginado con la deliciosa complicidad de @eva_bruixa )
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