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jueves, 26 de septiembre de 2013

Resaca de Verano.

El sol estaba entrando a raudales por la ventana entreabierta y empezaba a darme de lleno en la cara. Una brisa fresca, me hizo estremecer poniéndome la carne de gallina y obligándome a buscar, sin abrir los ojos, algo con lo que taparme...
- Que extraño - pensé con el sueño pegado a los párpados todavía - ayer hacía calor a estas horas. Que poco tapa este pijama.

Al buscar a tientas la sábana y la colcha me rozo la pierna y lo que noto no es el tacto que esperaba: el suave algodón del pantalón corto. Palpando mi propia piel, abro los ojos de golpe comprobando una sospecha que acaba de hacerme despertar: ¡estoy desnuda!, ¡Completamente desnuda, en medio de la cama! Al reaccionar lo primero que hago es buscar inmediatamente algo con lo que taparme, pero encima de la cama no hay nada, tan solo está la sabana bajera...
- ¿Esta sabana? ¡Yo no conozco está sábana, ni esta almohada! - pienso espantada. ¡Ni esta es mi cama¡ ¡Ni esta mi habitación! ¿Pero donde demonios estoy?

Despierto de golpe. Esta extraña situación ha conseguido despejarme del todo en un instante. Absolutamente anonadada compruebo que la situación es la siguiente: estoy completamente desnuda en una cama extraña, en una habitación que no conozco de nada...
- Tranquila Anita - pienso para mis adentros. Lo primero es encontrar tu ropa...
Me levanto rápidamente, pero al intentar ponerme erguida, de repente la habitación se tambalea a mí alrededor y me tengo que sentar. Noto como todo se desvanece, veo borroso y tengo que cerrar los ojos y dejarme caer en la cama otra vez. Cuando el temporal que agita mi estómago se aquieta un poco, noto que en mi cabeza parece que hay una caldera a punto de estallar. El dolor me obliga a respirar despacio para tranquilizarme. A través de la ventana puedo escuchar a lo lejos voces, llantos de bebé y ruidos de un tráfico que no parecen corresponder con el tranquilo pueblo de pescadores donde quería pasar unos días de vacaciones con mis amigas...
- Ahora que caigo: ¡Mis amigas! ¿Donde estarán? - pienso asustada.

Pero el punzante dolor de cabeza, me obliga a recapacitar: ahora no es el mejor momento para ponerse nerviosa. Respiro hondo y cuando me noto un poco más calmada voy incorporándome despacio procurando, esta vez, no hacer movimientos bruscos. Me acerco hasta los pies de la cama y allí, revueltas entre una sábana y la colcha, en el suelo, encuentro mis braguitas. El sujetador está colgando de la lámpara que hay sobre una cómoda situada al lado de la puerta.
- ¡La puerta! - pienso. Voy hacia ella, pero no tiene ningún pestillo. Cojo una silla que hay justo a su lado e intento bloquearla para que no pueda entrar nadie. Recojo mi ropa interior y mientras me la pongo veo la camiseta. Debajo de la ventana, encuentro mis tejanos. Me los pongo. Sigo buscando y encuentro una zapatilla debajo de la cama y la otra encima del sillón. Al pasar por delante del espejo de la cómoda miro de reojo mi imagen, solo para comprobar los estragos que ha causado esta noche, de la cual no recuerdo nada.
- Mejor sería que no hubiera mirado. ¡Que desastre! - pienso en voz alta...

Poco a poco, la cabeza se va asentando, pero me sigue doliendo como si tuviera un martillo neumático dentro golpeando constantemente mis sienes.
- Anita, tienes que frenar, bajar el ritmo. No puedes seguir así - me digo a mi misma, mientras vuelvo a mirar por debajo de los muebles y en un armario que hay abierto, buscando mi bolso.
No recuerdo nada de lo que pasó ayer, pero juntando las piezas que se me presentan parece más que evidente: se me fue la mano con el alcohol y que he cometido una (o varias) tonterías. Por fin encuentro el bolso al otro lado de la cama debajo del revoltijo de sábanas y colcha, busco dentro y encuentro una goma para el pelo. Rápidamente me recojo ese mocho que llevo en la cabeza en lugar de mi melena e intento disimular el desastre con una coleta más o menos decente. También encuentro en el neceser una funda de preservativo abierta... y respiro:
- Al menos, no fui estúpida, y tomé precauciones - pienso aliviada

Buscando un poco más aparece, oportunamente, una pastilla para el dolor de cabeza que me trago con un poco de agua de la botella que siempre llevo encima. Eso me hace sentir un poco mejor, pero ahora que he logrado recoger una mínima cantidad de la dignidad perdida anoche, he de pensar en como salir de la habitación y largarme de esta casa. Muevo la silla despacio y abro la puerta sin apenas hacer ruido, asomo la cabeza y mirando a la derecha veo un pasillo pintado de blanco que parece desierto. No tiene muebles, tan solo unos cuadros con motivos marineros colgados en las paredes y un par de sillas, todo parece muy funcional y limpio. Al fondo puedo distinguir, medio tapada por un visillo ligero que se mueve con la brisa, una puerta de cristal que da a un jardín. Veo unos árboles y pienso que por ahí puedo escapar. Muy despacio salgo de la habitación y me encamino hacia la puerta sigilosa. No había dado más de tres pasos, cuando escucho una vocecita que me pregunta, curiosa:
- ¡Hola! ¿Quien eres tú? - escucho horrorizada. Ella no puede verme, porque está a mis espaldas, pero acabo de cerrar los ojos mientras pienso para mi misma: "Ya la has fastidiado Anita, olvidaste mirar hacia el otro lado y te han pillado. Por el tono de la voz es una niña, así que ahora veremos lo que haces"

Me giro despacio para enfrentarme con unos ojos inquisidores, enormes y azules como el mar, una melena rubia, rebelde, rematada por una coleta medio suelta y una cara pecosa que me observa muy seria sentada en su triciclo. Vestida con una camiseta enorme que le sirve de vestido. No tendrá más de 5 años, pero me mira fijamente, ladeando la cabeza, esperando mi respuesta.
- Hola, me llamo Ana, ¿y tú? - le contesto intentando aparentar tranquilidad, aunque el corazón me va a más de 100...
- Me llamo Lucía - me responde alegremente. ¿Donde vas? ¿Te has peleado con alguien? ¡Vas hecha un desastre! - me interroga, muy sería.
- Gracias Lucía - le contesto con retintín un poquito enfadada y sonriendo de medio lado -. Verás, me acabo de despertar ahora mismo, pero tengo que irme a un recado urgente - le explico, mientras voy andando hacia detrás avanzando lentamente, intentando disimular, hacia la puerta del patio.
- Yo de ti, no saldría por ahí - me comenta, señalando la puerta por donde, precisamente, quiero escapar y que ya casi está al alcance de mi mano.
- ¿Y porqué, si puede saberse? - le pregunto mientras alargo mi mano, sonriendo, hacia el pomo de la puerta dispuesta a abrirla de un tirón y salir corriendo poniendo fin a esta conversación "tan agradable".
- Pues porque Rufus esta suelto - me dice señalando con su dedo hacia fuera.

Y justo cuando ya tengo la manivela agarrada con mi mano escucho un rascar peculiar y un gruñido sordo, bajo y amenazante. Siguiendo la dirección que me señala el dedo de Lucia, giro mi cabeza muy despacio para ver, justo al otro lado de la puerta, la cabeza de un enorme mastín negro que me mira amenazante enseñando los colmillos sin estridencias, pero demostrando quien es el dueño de la situación y quien manda en el jardín de esa casa. Durante unos segundos que a mi me han parecido eternos, no he podido apartar la vista de esa mole de perro. Les tengo mucho miedo desde niña y siempre que he podido, los he evitado. Al verme tan quieta Rufus ha considerado que yo no era ninguna amenaza seria y tranquilamente, se ha dejado caer todo lo largo que es, impidiendo que nadie salga por la puerta, frustrando así mis planes de huida. A un lado el mastín, al otro la niña que sigue mirándome y dentro de mi, un pequeño pero insistente dolor de cabeza... No tengo escapatoria. Cansada y aturdida, suelto el pomo, apoyo la espalda contra la pared y voy dejándome resbalar hasta quedarme sentada en el suelo, sin saber muy bien que hacer en esta situación.

Hace calor y aunque la brisa que mueve el visillo es agradable, sentada en el suelo con el bolso encima de mi regazo. El único objeto que me une a la realidad, que puede protegerme y sirve como salvavidas en medio de esta situación tan extraña: con el perrazo al otro lado de la puerta y esa niña mirándome fijamente desde su triciclo. De repente me doy cuenta que no puedo más. Me siento muy cansada.
No es solo por los estragos de una noche que parece haber sido bastante movida, siento que es otro tipo de cansancio más hondo, más antiguo y mucho más demoledor. Una sensación de lasitud extrema se ha apoderado de mi cuerpo e intuyo que él, más sabio, entiende que hemos llegado al límite, al final de sendero que he recorrido este último año. Ya no puedo seguir adelante. Llevo demasiado tiempo huyendo de la verdad, pero ahora ella me ha encontrado y se me muestra con toda su crudeza.

En el trabajo todo va de mal en peor. La crisis nos ha afectado como a todos, pero una nula visión de futuro por parte de mis jefes, una excesiva carga de trabajo mal repartida y el mal ambiente general no auguran un final feliz. No sé cuanto tiempo duraremos pero me siento apenada por todo el esfuerzo, el tiempo y la energía que he puesto en este proyecto.

En lo personal, todo es un desastre. Hace ya demasiado tiempo que no encuentro con quien estar a gusto, lo cual hace que no tenga ninguna gana de seguir esforzarme, con lo cual volvemos al principio... es un círculo vicioso, una historia sin fin. Y los intentos por parte de alguna amiga de encontrarme algún "chico ideal" han acabado, con suerte, en polvo de una noche, un alivio físico pasajero sin visos de continuidad y, a veces, ni siquiera en eso. Con lo que, a mi edad, sin un futuro laboral definido, sin dinero y sin nadie con quien compartir mi vida, me siento muy sola. Es una soledad fría y que procuro sentir distante, porque si me obsesionara con esta situación me volvería loca. Procuro llenarla de actividades, algunas bastante frustrantes o absurdas... Así pues pensé que estas vacaciones con las viejas amigas del pueblo de donde escapé corriendo hace mucho, se presentaron como un "mal menor". Me resultó curioso que tras más de diez años sin venir por aquí, desde que falleció mi madre, sin embargo se acordaban de mi.

Cuando me llamaron hace varias semanas invitándome para celebrar "noseque" aniversario del instituto, no me lo podía creer. Y sin embargo, a pesar de haber tenido un día horrible, sin saber muy bien porqué... acepte su invitación
- Hola Ana, seguro que no te acuerdas de nosotras - me dijo Marisa -. Te hemos localizado por Facebook y queríamos que vinieras a la fiesta que estamos organizando para este verano.
- Pero no tengo casa. Recuerda que cuando murió mi madre, mis primos se quedaron con todo, ya no tengo nada allí - le recordé a mi vieja amiga.
- No tienes que preocuparte por eso, ya te buscaremos un lugar donde dormir- me contestó, alegre por que, al final me había encontrado y convencido para acudir.
Sumida en estos pensamientos, con los ojos cerrados y medio adormecida por el sonido de la respiración del perrazo, me he debido de quedar transpuesta unos instantes y por eso, al principio, no he escuchado la música.
- Suena un móvil - me dice Lucía, despertándome del letargo.
- ¿Un móvil? - le pregunto todavía adormilada.
Me quedo callada e intento reconocer la melodía...
- ¡Pero si es mi móvil! -he gritado al darme cuenta, mientras rebusco desesperadamente en el bolso. Rufus ha levantado un poco las orejas observando la situación y Lucia baila divertida tarareando la pegadiza melodía.

Al final lo encuentro, al fondo como siempre y prácticamente sin batería, pero cuando voy a descolgar la música deja de sonar. Veo que es Marisa y de inmediato le devuelvo la llamada, pero comunica. Cuelgo. Nerviosa, casi desesperada, cuento hasta diez con los ojos cerrados, para dejar pasar un tiempo por si ella termina y aprieto el botón de rellamada.
Sé que solo han sido unos segundos, pero a mí se me han hecho eternos, hasta que por fin he escuchado su voz:
- ¡Vaya, si estás viva! Ja,ja,ja... ¿Como estás perdida? - escucho su risa alegre.
- ¿Como que "como estás"? Marisa estoy metida en un lío - le contesto nerviosa.
- ¿Pero que ha pasado? - me responde extrañada.
- Pues aún no lo sé, estoy en una casa que no conozco, delante de un perrazo negro enorme y hay una niña que...
- ¿Ah... solo eso? - me interrumpe divertida. Haz el favor de levantarte y salir al jardín, anda. Te estamos esperando todos. ¡Tardona!.

Mientras me dice eso, cuelga y escucho a alguien silbar al otro lado de la puerta. Veo que Rufus se levanta y marcha trotando alegremente hacia el fondo del jardín buscando el origen del silbido. Lucía ha dejado su triciclo y sonriendo divertida me pasa por encima mientras me guiña un ojo, abre la puerta y sale corriendo detrás del perro. Sigo sentada en el suelo pero giro el cuello y miro hacia donde se va la niña y veo llegar andando a mi amiga Marisa.
El perrazo ha llegado a su lado y ella, mientras camina hacía la puerta entreabierta, va dándole unas palmaditas cariñosas y rascándole su enorme cabeza.
- ¿Qué? ¿Piensas levantarte y salir a desayunar un día de estos? - me dice sonriente - ¿Vaya nochecita... eh?.
- ¿Pero... pero que es lo qué...? No entiendo nada Marisa - le contesto confusa.
- Anda levántate y sal al jardín. Te lo explicaré todo. Es muy sencillo.
- No puedo Marisa - le digo señalando al perrazo que sigue detrás de ella.
- Claro que puedes salir. Rufus es un pedazo de pan. Ven, no te hará daño - me contesta riendo.

Y en ese momento, como si hubiera entendido a su dueña el perrazo se ha acercado, olisqueado mi mano y sacando su enorme lengua, me ha dado un sonoro lametón.
- ¿Lo ves? - me dice Marisa -. Ya sois oficialmente amigos. Anda ven por aquí, debajo de la acacia está la mesa del desayuno y algunos de tus viejos amigos y amigas...
Al doblar la esquina veo una enorme acacia y, debajo de ella, una enorme mesa con un abundante desayuno preparado. Me doy cuenta de que tengo hambre. Todos los presentes me resultan conocidos y mientras se van presentando, vuelven a la memoria viejas historias del instituto. Media hora después casi todos se han ido, tan solo quedan Marisa sentada a mi lado y Lucía jugando con Rufus por el jardín.
- Ayer te recogimos del último tren, que llego muy retrasado y fuimos directamente a la verbena, de hecho tu maleta sigue en mi coche - me explica -. No habías cenado, tan solo pudiste comer un pequeño bocadillo y creo que traías muchas ganas de fiesta, porque a las dos horas ya estabas bailando encima de una mesa. No tardaste mucho más tiempo en caerte redonda. Agotada. El padre y la madre de Lucia, que son los dueños del bar de la plaza, me ayudaron a meterte en casa y te dejamos en la cama. Pero por lo que he visto, parece que seguiste tú sola la fiesta... No me extraña que no te acuerdes de nada. Hacía mucho tiempo que no veía a nadie emborracharse tan rápido. Creo que tenemos mucho de que hablar, ¿verdad?.
- Calla, calla... que vergüenza - le confieso sofocada.
- No hay nada de lo que avergonzarse - me dice mientras se levanta - recuerda que aquí, estás entre amigos.

Y mientras me dice eso va recogiendo en una bandeja parte de las cosas del desayuno.
- Anda, termina de desayunar tranquila que luego cogeremos la maleta y ordenaremos esa habitación. Ja, ja, ja... - se ríe mientras camina hacia la casa - Será mejor que te des luego una ducha. Tenemos que hablar de negocios.
La brisa del mar sigue soplando suavemente, refrescando el calor del sol que ya está casi en todo lo alto. Con un café en la mano y la espalda apoyada en el tronco de la acacia, me dejo acariciar por los rayos que se filtran a través de las ramas. A lo lejos escucho las risas de Lucia y los ladridos de Rufus que la persigue jugando. Y pienso en que quizá tenga en este rincón que creía perdido en mi pasado, otra oportunidad de empezar, o al menos de descansar durante un tiempo.

De pronto pasan corriendo delante de mi Lucia y el perro jugando a perseguir un preservativo inflado como un globo que la brisa se va llevando lejos, junto a sus risas y mis preocupaciones. Apoyada en el tronco del árbol por unos instantes soy feliz dejándome mecer por la brisa y el calor... lentamente el cansancio acumulado hace que se me vayan cerrando los ojos.
- Pipipipip. Pipipipi. Pipipipi...
El insistente sonido de la alarma me despierta bruscamente. La apago de un manotazo y con un solo ojo abierto, veo que son las 6:45. De repente me incorporo alarmada. Estoy en mi cama, entre mis sábanas, con mi pijama... mi gata está estirándose entre mis pies. ¿Todo lo que acabo de vivir tan solo ha sido un sueño?

No sé donde leí que la mayoría de las personas olvidan prácticamente todo lo que sueñan en los diez primeros minutos después de despertarse, por eso yo siempre tengo un cuaderno en la mesita para anotar lo que recuerdo al despertar. Lucía, Rufus, pueblo, amigos. Anoto esas cuatro palabras que son el nexo entre mi sueño y mi realidad. Entre mi pasado desordenado y un futuro quizá prometedor.
Después, cojo mi móvil, busco los mensajes de Marisa y respondo al último, aquel donde me contaba el proyecto de hacer un hotel rural reformando la vieja casa de sus padres, junto al mar:
- ¿Vienes a recogerme el viernes por la noche a la estación? - escribo -. Tengo que confesar que me gusta esa loca idea tuya. Tenemos que hablar y empezar a pensar en los detalles.

Tu vieja amiga: la nueva Ana.


Comentarios:

Mercè Bonjorn dijo

Ummm
Sugerente inicio que hace q sigas leyendo, la historia evoluciona imprevisiblemente, la descripción de los espacios con espacio para la imaginación y... la intriga y el suspense hasta el final del relato.
Sigue escribiendo para q lectores como yo difrutemos de tu imaginación infinita.
Mer

KHIALMA dijo

Me encanto!!!!! bello!!!
 

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