El sol estaba entrando a raudales por la ventana entreabierta y
empezaba a darme de lleno en la cara. Una brisa fresca, me hizo
estremecer poniéndome la carne de gallina y obligándome a buscar, sin
abrir los ojos, algo con lo que taparme...
- Que extraño - pensé con el sueño pegado a los párpados todavía - ayer hacía calor a estas horas. Que poco tapa este pijama.
Al buscar a tientas la sábana y la colcha me rozo la pierna y lo que
noto no es el tacto que esperaba: el suave algodón del pantalón corto.
Palpando mi propia piel, abro los ojos de golpe comprobando una sospecha
que acaba de hacerme despertar: ¡estoy desnuda!, ¡Completamente
desnuda, en medio de la cama! Al reaccionar lo primero que hago es
buscar inmediatamente algo con lo que taparme, pero encima de la cama no
hay nada, tan solo está la sabana bajera...
- ¿Esta sabana? ¡Yo no
conozco está sábana, ni esta almohada! - pienso espantada. ¡Ni esta es
mi cama¡ ¡Ni esta mi habitación! ¿Pero donde demonios estoy?
Despierto de golpe. Esta extraña situación ha conseguido despejarme
del todo en un instante. Absolutamente anonadada compruebo que la
situación es la siguiente: estoy completamente desnuda en una cama
extraña, en una habitación que no conozco de nada...
- Tranquila Anita - pienso para mis adentros. Lo primero es encontrar tu ropa...
Me levanto rápidamente, pero al intentar ponerme erguida, de repente
la habitación se tambalea a mí alrededor y me tengo que sentar. Noto
como todo se desvanece, veo borroso y tengo que cerrar los ojos y
dejarme caer en la cama otra vez. Cuando el temporal que agita mi
estómago se aquieta un poco, noto que en mi cabeza parece que hay una
caldera a punto de estallar. El dolor me obliga a respirar despacio para
tranquilizarme. A través de la ventana puedo escuchar a lo lejos voces,
llantos de bebé y ruidos de un tráfico que no parecen corresponder con
el tranquilo pueblo de pescadores donde quería pasar unos días de
vacaciones con mis amigas...
- Ahora que caigo: ¡Mis amigas! ¿Donde estarán? - pienso asustada.
Pero el punzante dolor de cabeza, me obliga a recapacitar: ahora no
es el mejor momento para ponerse nerviosa. Respiro hondo y cuando me
noto un poco más calmada voy incorporándome despacio procurando, esta
vez, no hacer movimientos bruscos. Me acerco hasta los pies de la cama y
allí, revueltas entre una sábana y la colcha, en el suelo, encuentro
mis braguitas. El sujetador está colgando de la lámpara que hay sobre
una cómoda situada al lado de la puerta.
- ¡La puerta! - pienso. Voy
hacia ella, pero no tiene ningún pestillo. Cojo una silla que hay justo
a su lado e intento bloquearla para que no pueda entrar nadie. Recojo
mi ropa interior y mientras me la pongo veo la camiseta. Debajo de la
ventana, encuentro mis tejanos. Me los pongo. Sigo buscando y encuentro
una zapatilla debajo de la cama y la otra encima del sillón. Al pasar
por delante del espejo de la cómoda miro de reojo mi imagen, solo para
comprobar los estragos que ha causado esta noche, de la cual no recuerdo
nada.
- Mejor sería que no hubiera mirado. ¡Que desastre! - pienso en voz alta...
Poco a poco, la cabeza se va asentando, pero me sigue doliendo como
si tuviera un martillo neumático dentro golpeando constantemente mis
sienes.
- Anita, tienes que frenar, bajar el ritmo. No puedes seguir
así - me digo a mi misma, mientras vuelvo a mirar por debajo de los
muebles y en un armario que hay abierto, buscando mi bolso.
No recuerdo nada de lo que pasó ayer, pero juntando las piezas que se
me presentan parece más que evidente: se me fue la mano con el alcohol y
que he cometido una (o varias) tonterías. Por fin encuentro el bolso al
otro lado de la cama debajo del revoltijo de sábanas y colcha, busco
dentro y encuentro una goma para el pelo. Rápidamente me recojo ese
mocho que llevo en la cabeza en lugar de mi melena e intento disimular
el desastre con una coleta más o menos decente. También encuentro en el
neceser una funda de preservativo abierta... y respiro:
- Al menos, no fui estúpida, y tomé precauciones - pienso aliviada
Buscando un poco más aparece, oportunamente, una pastilla para el
dolor de cabeza que me trago con un poco de agua de la botella que
siempre llevo encima. Eso me hace sentir un poco mejor, pero ahora que
he logrado recoger una mínima cantidad de la dignidad perdida anoche, he
de pensar en como salir de la habitación y largarme de esta casa. Muevo la silla despacio y abro la puerta sin apenas hacer ruido,
asomo la cabeza y mirando a la derecha veo un pasillo pintado de blanco
que parece desierto. No tiene muebles, tan solo unos cuadros con motivos
marineros colgados en las paredes y un par de sillas, todo parece muy
funcional y limpio. Al fondo puedo distinguir, medio tapada por un
visillo ligero que se mueve con la brisa, una puerta de cristal que da a
un jardín. Veo unos árboles y pienso que por ahí puedo escapar. Muy
despacio salgo de la habitación y me encamino hacia la puerta sigilosa.
No había dado más de tres pasos, cuando escucho una vocecita que me
pregunta, curiosa:
- ¡Hola! ¿Quien eres tú? - escucho horrorizada. Ella no puede verme,
porque está a mis espaldas, pero acabo de cerrar los ojos mientras
pienso para mi misma: "Ya la has fastidiado Anita, olvidaste mirar hacia
el otro lado y te han pillado. Por el tono de la voz es una niña, así
que ahora veremos lo que haces"
Me giro despacio para enfrentarme con unos ojos inquisidores, enormes
y azules como el mar, una melena rubia, rebelde, rematada por una
coleta medio suelta y una cara pecosa que me observa muy seria sentada
en su triciclo. Vestida con una camiseta enorme que le sirve de vestido.
No tendrá más de 5 años, pero me mira fijamente, ladeando la cabeza,
esperando mi respuesta.
- Hola, me llamo Ana, ¿y tú? - le contesto intentando aparentar tranquilidad, aunque el corazón me va a más de 100...
-
Me llamo Lucía - me responde alegremente. ¿Donde vas? ¿Te has peleado
con alguien? ¡Vas hecha un desastre! - me interroga, muy sería.
- Gracias Lucía - le contesto con retintín un poquito enfadada y
sonriendo de medio lado -. Verás, me acabo de despertar ahora mismo,
pero tengo que irme a un recado urgente - le explico, mientras voy
andando hacia detrás avanzando lentamente, intentando disimular, hacia
la puerta del patio.
- Yo de ti, no saldría por ahí - me comenta, señalando la puerta por
donde, precisamente, quiero escapar y que ya casi está al alcance de mi
mano.
- ¿Y porqué, si puede saberse? - le pregunto mientras alargo mi mano,
sonriendo, hacia el pomo de la puerta dispuesta a abrirla de un tirón y
salir corriendo poniendo fin a esta conversación "tan agradable".
- Pues porque Rufus esta suelto - me dice señalando con su dedo hacia fuera.
Y justo cuando ya tengo la manivela agarrada con mi mano escucho un
rascar peculiar y un gruñido sordo, bajo y amenazante. Siguiendo la
dirección que me señala el dedo de Lucia, giro mi cabeza muy despacio
para ver, justo al otro lado de la puerta, la cabeza de un enorme mastín
negro que me mira amenazante enseñando los colmillos sin estridencias,
pero demostrando quien es el dueño de la situación y quien manda en el
jardín de esa casa. Durante unos segundos que a mi me han parecido eternos, no he podido
apartar la vista de esa mole de perro. Les tengo mucho miedo desde niña y
siempre que he podido, los he evitado. Al verme tan quieta Rufus ha
considerado que yo no era ninguna amenaza seria y tranquilamente, se ha
dejado caer todo lo largo que es, impidiendo que nadie salga por la
puerta, frustrando así mis planes de huida. A un lado el mastín, al otro
la niña que sigue mirándome y dentro de mi, un pequeño pero insistente
dolor de cabeza... No tengo escapatoria. Cansada y aturdida, suelto el
pomo, apoyo la espalda contra la pared y voy dejándome resbalar hasta
quedarme sentada en el suelo, sin saber muy bien que hacer en esta
situación.
Hace calor y aunque la brisa que mueve el visillo es agradable,
sentada en el suelo con el bolso encima de mi regazo. El único objeto
que me une a la realidad, que puede protegerme y sirve como salvavidas
en medio de esta situación tan extraña: con el perrazo al otro lado de
la puerta y esa niña mirándome fijamente desde su triciclo. De repente
me doy cuenta que no puedo más. Me siento muy cansada.
No es solo por los estragos de una noche que parece haber sido
bastante movida, siento que es otro tipo de cansancio más hondo, más
antiguo y mucho más demoledor. Una sensación de lasitud extrema se ha
apoderado de mi cuerpo e intuyo que él, más sabio, entiende que hemos
llegado al límite, al final de sendero que he recorrido este último año.
Ya no puedo seguir adelante. Llevo demasiado tiempo huyendo de la
verdad, pero ahora ella me ha encontrado y se me muestra con toda su
crudeza.
En el trabajo todo va de mal en peor. La crisis nos ha afectado como a
todos, pero una nula visión de futuro por parte de mis jefes, una
excesiva carga de trabajo mal repartida y el mal ambiente general no
auguran un final feliz. No sé cuanto tiempo duraremos pero me siento
apenada por todo el esfuerzo, el tiempo y la energía que he puesto en
este proyecto.
En lo personal, todo es un desastre. Hace ya demasiado tiempo que no
encuentro con quien estar a gusto, lo cual hace que no tenga ninguna
gana de seguir esforzarme, con lo cual volvemos al principio... es un
círculo vicioso, una historia sin fin. Y los intentos por parte de
alguna amiga de encontrarme algún "chico ideal" han acabado, con suerte,
en polvo de una noche, un alivio físico pasajero sin visos de
continuidad y, a veces, ni siquiera en eso. Con lo que, a mi edad, sin
un futuro laboral definido, sin dinero y sin nadie con quien compartir
mi vida, me siento muy sola. Es una soledad fría y que procuro sentir
distante, porque si me obsesionara con esta situación me volvería loca.
Procuro llenarla de actividades, algunas bastante frustrantes o
absurdas... Así pues pensé que estas vacaciones con las viejas amigas
del pueblo de donde escapé corriendo hace mucho, se presentaron como un
"mal menor". Me resultó curioso que tras más de diez años sin venir por
aquí, desde que falleció mi madre, sin embargo se acordaban de mi.
Cuando me llamaron hace varias semanas invitándome para celebrar
"noseque" aniversario del instituto, no me lo podía creer. Y sin
embargo, a pesar de haber tenido un día horrible, sin saber muy bien
porqué... acepte su invitación
- Hola Ana, seguro que no te acuerdas de nosotras - me dijo Marisa -.
Te hemos localizado por Facebook y queríamos que vinieras a la fiesta
que estamos organizando para este verano.
- Pero no tengo casa. Recuerda que cuando murió mi madre, mis primos
se quedaron con todo, ya no tengo nada allí - le recordé a mi vieja
amiga.
- No tienes que preocuparte por eso, ya te buscaremos un lugar
donde dormir- me contestó, alegre por que, al final me había encontrado
y convencido para acudir.
Sumida en estos pensamientos, con los ojos cerrados y medio
adormecida por el sonido de la respiración del perrazo, me he debido de
quedar transpuesta unos instantes y por eso, al principio, no he
escuchado la música.
- Suena un móvil - me dice Lucía, despertándome del letargo.
- ¿Un móvil? - le pregunto todavía adormilada.
Me quedo callada e intento reconocer la melodía...
- ¡Pero si es
mi móvil! -he gritado al darme cuenta, mientras rebusco desesperadamente
en el bolso. Rufus ha levantado un poco las orejas observando la
situación y Lucia baila divertida tarareando la pegadiza melodía.
Al final lo encuentro, al fondo como siempre y prácticamente sin
batería, pero cuando voy a descolgar la música deja de sonar. Veo que es
Marisa y de inmediato le devuelvo la llamada, pero comunica. Cuelgo.
Nerviosa, casi desesperada, cuento hasta diez con los ojos cerrados,
para dejar pasar un tiempo por si ella termina y aprieto el botón de
rellamada.
Sé que solo han sido unos segundos, pero a mí se me han hecho eternos, hasta que por fin he escuchado su voz:
- ¡Vaya, si estás viva! Ja,ja,ja... ¿Como estás perdida? - escucho su risa alegre.
- ¿Como que "como estás"? Marisa estoy metida en un lío - le contesto nerviosa.
- ¿Pero que ha pasado? - me responde extrañada.
- Pues aún no lo sé, estoy en una casa que no conozco, delante de un perrazo negro enorme y hay una niña que...
-
¿Ah... solo eso? - me interrumpe divertida. Haz el favor de levantarte y
salir al jardín, anda. Te estamos esperando todos. ¡Tardona!.
Mientras me dice eso, cuelga y escucho a alguien silbar al otro lado
de la puerta. Veo que Rufus se levanta y marcha trotando alegremente
hacia el fondo del jardín buscando el origen del silbido. Lucía ha
dejado su triciclo y sonriendo divertida me pasa por encima mientras me
guiña un ojo, abre la puerta y sale corriendo detrás del perro. Sigo
sentada en el suelo pero giro el cuello y miro hacia donde se va la niña
y veo llegar andando a mi amiga Marisa.
El perrazo ha llegado a su lado y ella, mientras camina hacía la
puerta entreabierta, va dándole unas palmaditas cariñosas y rascándole
su enorme cabeza.
- ¿Qué? ¿Piensas levantarte y salir a desayunar un día de estos? - me dice sonriente - ¿Vaya nochecita... eh?.
- ¿Pero... pero que es lo qué...? No entiendo nada Marisa - le contesto confusa.
- Anda levántate y sal al jardín. Te lo explicaré todo. Es muy sencillo.
- No puedo Marisa - le digo señalando al perrazo que sigue detrás de ella.
- Claro que puedes salir. Rufus es un pedazo de pan. Ven, no te hará daño - me contesta riendo.
Y en ese momento, como si hubiera entendido a su dueña el perrazo se
ha acercado, olisqueado mi mano y sacando su enorme lengua, me ha dado
un sonoro lametón.
- ¿Lo ves? - me dice Marisa -. Ya sois oficialmente amigos. Anda ven
por aquí, debajo de la acacia está la mesa del desayuno y algunos de tus
viejos amigos y amigas...
Al doblar la esquina veo una enorme acacia y, debajo de ella, una
enorme mesa con un abundante desayuno preparado. Me doy cuenta de que
tengo hambre. Todos los presentes me resultan conocidos y mientras se
van presentando, vuelven a la memoria viejas historias del instituto.
Media hora después casi todos se han ido, tan solo quedan Marisa sentada
a mi lado y Lucía jugando con Rufus por el jardín.
- Ayer te recogimos del último tren, que llego muy retrasado y fuimos
directamente a la verbena, de hecho tu maleta sigue en mi coche - me
explica -. No habías cenado, tan solo pudiste comer un pequeño bocadillo
y creo que traías muchas ganas de fiesta, porque a las dos horas ya
estabas bailando encima de una mesa. No tardaste mucho más tiempo en
caerte redonda. Agotada. El padre y la madre de Lucia, que son los
dueños del bar de la plaza, me ayudaron a meterte en casa y te dejamos
en la cama. Pero por lo que he visto, parece que seguiste tú sola la
fiesta... No me extraña que no te acuerdes de nada. Hacía mucho tiempo
que no veía a nadie emborracharse tan rápido. Creo que tenemos mucho de
que hablar, ¿verdad?.
- Calla, calla... que vergüenza - le confieso sofocada.
- No hay nada de lo que avergonzarse - me dice mientras se levanta - recuerda que aquí, estás entre amigos.
Y mientras me dice eso va recogiendo en una bandeja parte de las cosas del desayuno.
- Anda, termina de desayunar tranquila que luego cogeremos la maleta y
ordenaremos esa habitación. Ja, ja, ja... - se ríe mientras camina
hacia la casa - Será mejor que te des luego una ducha. Tenemos que
hablar de negocios.
La brisa del mar sigue soplando suavemente, refrescando el calor del
sol que ya está casi en todo lo alto. Con un café en la mano y la
espalda apoyada en el tronco de la acacia, me dejo acariciar por los
rayos que se filtran a través de las ramas. A lo lejos escucho las risas
de Lucia y los ladridos de Rufus que la persigue jugando. Y pienso en
que quizá tenga en este rincón que creía perdido en mi pasado, otra
oportunidad de empezar, o al menos de descansar durante un tiempo.
De pronto pasan corriendo delante de mi Lucia y el perro jugando a
perseguir un preservativo inflado como un globo que la brisa se va
llevando lejos, junto a sus risas y mis preocupaciones. Apoyada en el
tronco del árbol por unos instantes soy feliz dejándome mecer por la
brisa y el calor... lentamente el cansancio acumulado hace que se me
vayan cerrando los ojos.
- Pipipipip. Pipipipi. Pipipipi...
El insistente sonido de la alarma me despierta bruscamente. La apago
de un manotazo y con un solo ojo abierto, veo que son las 6:45. De
repente me incorporo alarmada. Estoy en mi cama, entre mis sábanas, con
mi pijama... mi gata está estirándose entre mis pies. ¿Todo lo que acabo
de vivir tan solo ha sido un sueño?
No sé donde leí que la mayoría de las personas olvidan prácticamente
todo lo que sueñan en los diez primeros minutos después de despertarse,
por eso yo siempre tengo un cuaderno en la mesita para anotar lo que
recuerdo al despertar. Lucía, Rufus, pueblo, amigos. Anoto esas cuatro
palabras que son el nexo entre mi sueño y mi realidad. Entre mi pasado
desordenado y un futuro quizá prometedor.
Después, cojo mi móvil, busco los mensajes de Marisa y respondo al
último, aquel donde me contaba el proyecto de hacer un hotel rural
reformando la vieja casa de sus padres, junto al mar:
- ¿Vienes a recogerme el viernes por la noche a la estación? -
escribo -. Tengo que confesar que me gusta esa loca idea tuya. Tenemos
que hablar y empezar a pensar en los detalles.
Tu vieja amiga: la nueva Ana.

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