Seguimos

sábado, 3 de noviembre de 2012

Cartas marcadas

Bueno, hoy toca. En realidad la partida empezó ayer, pero por unas cosas u otras, conseguí escurrir el bulto, a pesar de varios "mensajes" que fui recogiendo a lo largo del día. Las últimas semanas pesaban demasiado.

Ayer por la noche, ya tenía claro que hoy me tocaba a mí. Así que me marche a dormir pronto, cerré todos los canales de comunicación y solo conseguí leer dos páginas del libro... hay veces que la intuición puede mucho más que la razón y apague la lámpara de la mesilla de noche.

Esta mañana, el sol que entraba por la ventana, pálido y sin brillo, ya anunciaba que de hoy no pasaría que no podría seguir esquivando mucho más tiempo el encuentro. Así que me he recortado la barba, me he duchado despacio y hasta me he lavado el pelo. Dedicándome con esmero a asearme, eligiendo una camisa y un pantalón cómodos, he dejado pasar el tiempo. Pero ya es hora, ya toca.
Me acerco despacio, he sido nombrado y todos saben perfectamente que me están esperando al fondo de la sala. Al llegar delante de la mesa hay una última fila de curiosos. Me paro detrás y ellos, como obedeciendo a una señal no escrita, se apartan en silencio para dejarme pasar.

Ella  está esperando al otro lado. Sonríe, se que no tiene prisa. Yo me quedo de pie, al lado de la silla que me ha guardado justo enfrente suyo y me permito el lujo de dedicar un par de minutos a observarla despacio, desde arriba. A nuestro alrededor el mundo se ha detenido. Las luces, los ruidos del casino ya no existen, tan solo estamos ella y yo sosteniéndonos la mirada. Como hemos hecho tantas otras veces.

Todos nos observan como estamos el uno frente al otro, observándonos en silencio. He de confesar que, a pesar de todo lo ocurrido, me sigue volviendo loco: Morena, con unos enormes ojos verdes. Su cara pecosa de niña buena y la boca pintada de rojo putón. No puedo evitar fijarme sus sus delicadas manos, con las pequeñas y cuidadas uñas pintadas con el mismo tono que sus labios. El semblante serio, pero se la ve contenta. Con un brillo especial en la mirada. Va vestida muy formal, pero ella sabe que me conozco su cuerpo de carrerilla y soy capaz de recorrer de memoria todas y cada una de sus espléndidas curvas. Como si intuyera lo que estoy pensando su sonrisa se amplia un poco más y se endereza en la silla.

Camisa blanca abrochada hasta el cuello, pajarita granate y chaleco del mismo color. Intuyo que, bajo la mesa, lleva una falda corta y tiene las piernas cruzadas con lo cual se le podrá ver el inicio del encaje de sus finas medias de seda. Recuerdo que tenía la manía de dejarse el zapato de tacón colgando de la punta de su pie derecho. Balanceándolo impaciente en el aire. Jugando con él y con los nervios de los demás. Aparto lentamente la silla y tomo asiento. En ese mismo instante se rompe el hechizo que había mantenido unidas nuestras miradas. Ella baja la cabeza y hace un gesto, levantando la derecha en el aire y chasqueando los dedos. De alguna parte cae una baraja nueva sobre le verde tapete. El ruido sordo del plástico al golpear contra el fieltro se me antoja igual de macabro que el sonido de una lápida cayendo sobre una tumba. La mia. Ella sonríe al ver mi expresión.
Mirándome directamente a los ojos, rompe con maestría el precinto de plástico y extienden en un movimiento muy profesional las cartas boca abajo en la mesa. Ahora está en su salsa, la que manda en este juego es ella. Sonríe abiertamente y eso me temo que no son buenas noticias para mi. Intuyo que las cartas están marcadas y ella con su sonrisa no hace sino acentuar ese dolor sordo que empiezo a sentir en el costado.

Ya sabía yo que hoy no sería un buen día. Que la partida con la vida no iba a ser fácil, que las cartas estarían marcadas. Lo único que me ha sorprendido es que, además, la botella esté en su lado de la mesa. Encima me toca pedirle, por favor, que me sirva uno doble. Ella deja de barajar, coge la botella y es generosa con su contenido. Me vuelve a mirar, junta los labios mandándome un beso envenenado y se queda esperándome con el mazo en la mano, preparada para repartir las cartas. Yo me tomo mi tiempo para dar ese trago que necesito antes de empezar el juego, la miro a través del cristal del vaso y le pido cartas con un gesto indolente.

Ya que vamos a perder la partida, al menos que sea con dignidad.
[R]


No hay comentarios: