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domingo, 1 de diciembre de 2013

Con las manos en la masa...

Me he despertado de repente, sobresaltado y excitado, sin saber muy bien donde estoy. Suele sucederme cuando el sueño es muy intenso. Creo que ese es el precio a pagar por recordarlo y compruebo que lo hago mejor y más intensamente cuando la vuelta al mundo real se produce de repente. No sólo mi mente consigue retener la esencia de lo que estaba soñando, mi cuerpo también responde, de forma evidente, a esa vivencia.
Soy capaz de recordar el lugar, la luz y muchos pequeños y sutiles detalles como olores, texturas, sabores... Veo la mesa llena de útiles de cocina e ingredientes: moldes, harina, sal y, en medio de todo como en un perfecto paréntesis de la vida estas tú, ofrecida, rendida y radiante. Completamente desnuda, esperándome... Mientras damos rienda suelta a nuestra pasión, el sol inunda de luz la cocina con los últimos rayos del atardecer iluminando suavemente tu piel.
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Todo ocurrió en el momento en que me sorprendiste con las manos en la masa. Llevaba unos minutos preparándola para sorprenderte con un pan recién hecho durante la cena, pero la sorpresa me la diste tú al acercarte, silenciosa, por detrás y atacarme sin vergüenza, directa y desafiante, metiendo la mano en mi pantalón, buscando acariciar y sorprender mi sexo.
Oler tu perfume tan cerca me encendió y, complacido, te dejé hacer. Tu mano agarrando mi polla, tu cuerpo tibio pegado a mi espalda con la chaqueta abierta y tus labios junto a mi oreja susurrando: "Te he pillado con las manos en la masa..." tuvieron el efecto que deseabas, notar mi deseo creciendo de forma evidente entre tus manos.
-Buen chico -, me susurraste, mordisqueando suavemente mi oreja.

Y mientras me dabas la vuelta, con mi sexo aún agarrado, mirándome a los ojos, seguías exigiendo:
-Ahora quiero que me trates con toda la pasión que te he visto poner mientras amasabas el pan. Hace rato que estoy observándote y mi excitación ha ido creciendo viéndote hacer. Quiero ser como esa masa entre tus manos, moldeada a tu antojo. Usa el aceite, la sal. Cómeme entera, unta, lame, muerde, chupa y luego... quiero que me folles como si fuera la primera o la última vez que lo haces. Quiero sentirte dentro de mí, caliente, duro... eterno. Quiero que me hagas volar. Y lo quiero ya.

Mientras decías lo que querías de mi, muy seria y mirándome a los ojos, recuerdo que te quitaste la chaqueta y  desabrochaste tu falda, dejando que juntas, cayeran al suelo. Qué hermosa estás desnuda de miedos y temores reclamándome ese lado auténtico y apasionadamente animal. Ese aspecto tan íntimo y tan dulce que solo a los dos nos pertenece. De un golpe despejaste la mesa esparciendo los cacharros por el suelo y te sentaste sobre ella. Tus pechos desafiantes, las piernas descaradamente abiertas. Hermosa guerrera dispuesta a la batalla, con los ojos chispeantes y la piel hambrienta de mis caricias. Con todas tus ganas brillando en la mirada.

Y, recordando, puedo recrear perfectamente en mis dedos y en mi sexo, la sensación morbosa de moldearte lentamente con mis manos, mientras en mi boca persiste el sabor del vino tinto que compartimos. Dejaste que mis dedos te recorrieran entera, presionando aquí, acariciándote allá... Sé que escuchabas atenta mi respiración, lo sé, lo percibía en tu excitación... Podía sentir el olor y los colores que resaltaba el suntuoso aceite brillando sobre tu piel blanca cuando dejaba que resbalara, cayendo suavemente, deslizándose sobre todo tu cuerpo, como la lluvia fresca cae sobre una tierra seca que la recibe desprendiendo sus aromas más sensuales. Fuera caía la tarde, pero nosotros no teníamos prisa. La luz del sol iluminaba con su color especial nuestro acto. Mientras, en el salón, recuerdo que sonaba la música de un piano, suave, lenta y cadenciosa como suelen ser las miradas de los amantes. 
Cogí la sal, y la fui esparciendo por tu cuerpo. Los granos iban cayendo como gemas maravillosas, adornando tu piel sudada y solo sentía ganas de lamerte y degustar en la punta de la lengua ese sabor que me recordaba al mar del último verano. Aquellos baños a la luz de la luna, los dos desnudos y solos en la cala. Tu piel brillando fresca y sensual al salir del agua, orgullosa de que te estuviera mirando deseoso de beber las gotas que caían de tu sexo húmedo cuando te acercabas a mi, tentadora...

Y fue entonces cuando me cogiste de la mano, embadurnada de harina y te la llevaste a tu pecho, mirándome a los ojos... y en ese justo instante, me he despertado.
No estás en la cama, pero oigo como corre el agua en la ducha. Siento la boca seca. Aún medio dormido, me levanto con toda la excitación de mi cuerpo por delante y entro en la cocina directo hasta la nevera. Me he bebido media botella de agua fresca antes de parar... me he dado cuenta de que ya no se oye la ducha. Ahora escucho tu voz cantando y mientras, asombrado, me giro lentamente para observar lo que me ha parecido ver por el rabillo del ojo al entrar.

Me temo que nos va a llevar bastante tiempo arreglar el desastre de cocina que me rodea. El suelo, las paredes llenas de harina, aceite por la mesa, puñados de sal, los cacharros por el suelo...
Escucho tus pasos al acercarte y te veo sonreír desde la puerta de la cocina.
-¿Bueno, luego me enseñarás a hacer pan? - me preguntas, sonriendo divertida, vestida solamente con tu albornoz blanco.

Y, a mi, me da la risa...


Versión larga del Microcuento presentado al concurso Relatos Brevísimos Mandarín [ Web ]

Mil gracias a @TeresaOxxxOM por sus oportunas apreciaciones... sin ellas no hubiera salido un pan tan sabroso.

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