El invierno se resistía a marchar y esta primavera estaba demorando
mucho su llegada. Así que los cafés con leche era lo que mas me pedían,
sobre todo los habituales del primer turno, esos personajes
madrugadores que nos ponían en marcha la ciudad todos los días.
-Rita, uno con leche bien caliente y largo de café, que menuda
nochecita... -me pidió el encargado de las obras del Parking, entrando
de los primeros, como siempre.
- Marchando. ¿Hay sueño Emilio? - le contesté.
- Es que he estado media noche en vela. ¿No te has enterado? - me preguntó mientras le daba el primer sorbo a la taza.
-¿Que ha pasado? - le pregunto.
- En el paseo. ¿No recuerdas que casi ya llegando al rió, hay un
restaurante, justo detrás del Callejón del Aire? Hace varios años que un
viejo llegó con una furgoneta decrépita, que, a duras penas aparcó en
un rincón y ya nunca mas consiguió mover de allí. El dueño del
restaurante lo "adoptó" y le dio trabajo: vigilaba el garaje a cambio de
la comida. Dormía en la furgoneta y era conocido en todo el barrio por
ser buena gente. Nunca se metía con nadie y se le podía ver los días de
sol sentado en algún banco del paseo, siempre escribiendo. Pues como
había habido unos robos en la obra estos últimos meses, se me ocurrió
proponerle que vigilara el recinto por un poco de dinero. El pasaba
varrias veces por la noche y le echaba un ojo al material, se sacaba
para sus cosas y todos contentos. Pues ayer entraron a robar en la obra,
me llamó la policia a media noche y cuando vine a ver que había pasado,
no estaba el viejo, me pasé por la furgoneta y allí encontré la puerta
abierta y al vejete muerto dentro.
- Vaya! - exclamé sorprendida - ¿que pasó?
- Parece ser que se murió mientras dormía. Así, sencillamente. Era
mayor, pero los del Samur no supieron explicárselo. Lo mas curioso era
la furgoneta por dentro. Nunca la había visto y me sorprendí mucho al
ver que el vejete había convertido esa vieja lata en un hogar. Estaba
limpia y pintada. Las ventanas que quedaban con cristal, tenían
cortinas. Una tumbona de playa y una vieja colchoneta le servían para
sentarse y dormir a la vez, pero lo mas curioso era la sestantería de
cajas de cartón... y las libretas...
- ¿Las que? - le pregunté a Emilio, mientras le echaba un trago largo al café.
- ¡Las libretas!. Cientos de ellas. De todos los colores, llenas de
una letra menuda y apretada. Parece ser que el vejete escribía. Y mucho.
Todas estaban ordenadas, por fecha, metidas en las cajas... Algo muy
extraño... La policía las ha dejado dentro de la furgoneta y se la ha
llevado al depósito de vehículos con una grua, pero me ha dado tiempo,
sin que se enteraran, a coger dos de ellas... las que el viejo tenía en
las manos. Tienen una letra difícil de leer, pero curiosamente he
logrado entender que una habla de ti, o mejor dicho: de tu padre...
- ¿Como? - le contesto sorprendida - ¿de mi padre?
- ¿Tu padre no se hacía llamar Chico?
- Si. Todo el mundo lo conocía así. ¿Puedo verla? ¿Me dejas? - le pegunto intrigada.
- Claro. Toma. En realidad he venido a traerteleas. Yo ya tengo mala
vista, así que, dadas las circunstancias, mejor las lees tú... Y ya me
cuentas. ¿Vale?
Y mientras decía eso, apurando el café, Emilio dejó sobre el
mostrador unas monedas y dos libretas de gusanillo, una verde y la otra
roja. Y se fue... En la portada de una de ellas se podía leer, en una
letra menuda "Frio" y en la otra "Chico". Al cogerlas sentí como se me
erizaba el vello y un ligero temblor recorrió mi espalda. Había pasado
tanto tiempo...
#continuará
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