Seguimos

martes, 17 de enero de 2012

Números y pellizcos.

Tengo que confesarlo: yo soy de ciencias. 

A pesar de que me encanta leer y escribir, toda mi formación ha sido básicamente numérica. Siempre se me ha dado mejor las operaciones que loa acentos. Esto viene al caso de que hace poco terminé un libro que me habían recomendado: "El bolígrafo de Gel Verde", quien me lo recomendó, lo hizo encarecidamente y conociendo mi gusto por la lectura, y una vez terminado el libro, creo que lo hizo con toda la buena intención del mundo, intuyendo que la trama me gustaría. Y no iba desencaminada, no. Pero tampoco acertó del todo. Me gustó (y este es mi punto de vista) los dos primeros cuartos de la narración. Pero flojeó bastante en el tercer cuarto y terminó desplomándose en el tramo final.
Me parece, sobre todo, bien explicados los miedos, inseguridades y sentimientos del protagonista. Pero la trama, el hilo conductor sufre (a mi parecer) ciertos altibajos. A pesar de ello es un libro que se puede leer fácil.

De toda lectura se pueden sacar enseñanzas. Me chocó mucho una de las características del protagonista: su manía de hacer listas. De resumir su vida a modo de despojarla de lo superfluo para poderse centrar, en medio del caos en "lo esencial" (que concepto tan subjetivo. Tan amplio y peligroso...). Y me chocó, porque yo hago lo mismo muchas veces.
Tan solo es una forma de "parar, templar, ordenar e intentar controlar". Cuando los acontecimientos te desbordan, hay que hacer balance y ver por dónde podemos seguir.
Hoy, sin ir más lejos, me he dedicado a ver en que seme consume el tiempo de cada día.
Ya lo sé: no debería hacerlo!, pero mira...

Si dividimos el día en tres actividades principales: Dormir, trabajar y existir, mi reparto queda (más o menos) así:
> 405 minutos son para Dormir (o, al menos intentarlo)
> 540 minutos son para el trabajo.
> Y quedan 495 minutos, que los dedico a "existir". De los cuales:
* 345 minutos son para cumplir con "lo debido" y
* 150 (como máximo y con suerte) para vivir.

En resumen, de todas las cosas que esta forma de vida nos obliga a hacer, de todos los compromisos a los cuales nos vamos apuntando, de todos los papeles que nos tocan representar al cabo del día, nos queda (con mucha suerte) un 10% para poderlo disfrutar. Solo, en compañía, con los hijos, con el perro...pero también con todo el cansancio, las pocas ganas y (demasiado frecuentemente) con todo el mal humor que nos ha ido atrapando a lo largo de la jornada.
Porque además ese 10% suele ser "lo que queda", "los restos", la última opción. La sensación es la de la típica "cena de restos". Te alimentas, pero no es lo mismo. Alimentarse solo es un sucedáneo de comer.

Esto me pasa por parar. Si no te paras, si te dejas llevar en volandas por las miles de "obligaciones", no piensas. Y, al no pensar, no puedes dejar resquicios en la muralla por donde la realidad tiene la puñetera manía de colarse y pellizcarnos el trasero.

No hay comentarios: