Hay ocasiones en las que nuestro cuerpo (mucho más sabio que
nosotros) se deja llevar por su ancestral sapiencia y nos sorprende a
nosotros mismos ordenándonos sin palabras, lo que debemos hacer. No es
una cuestión de principios ni de finales, es sencillamente que ocurre lo
que tenía que ocurrir... Ya puedes haber planeado la escena, pensado el
decorado y/o los detalles, dispuesto hasta el último elemento del
atrezzo, que las cosas pasarán como tengan que pasar y seguramente no
será como lo habías planeado.
Por eso creo que no te sorprendió lo más mínimo nuestro primer beso
en los labios, ya sabías que sería así, algo sencillo y natural después
de tanto tiempo deseando vernos. Tampoco te sorprendió, cuando subimos a
tu coche, que te cogiera la cara y te atrajera hacia mi... los dos lo
sabíamos, los dos lo estábamos esperando, fue algo casi inevitable.
Mágico, pero así mismo natural. Los labios devorándose, las lenguas
buscando completar lo que les faltaba, la respiración agitada, las
sonrisas, cómplices inevitables.
El brillo de tus ojos, pero sobre todo tu voz sugiriendo:
-
¿Vamos a un Hotel?. Era otro de los pasos inevitables, algo tan natural
como bajar la ventanilla ya que estaba empezando a hacer calor.
- Vamos donde quieras ir tú, pero... ¿porqué no vamos a tu casa? - te contesté.
De nuevo, me pareció algo de lo más natural. Quería que te
encontrases cómoda, tranquilas, a gusto. Y que mejor manera de hacerlo
que estar en tu terreno, en tu casa. En un principio sorprendida, luego
complacida y al final creo que emocionada, me miraste y sin decir nada
arrancaste el coche. Como era de esperar, mi mano tardó poco en acabar
en tu muslo y tú me preguntaste varias veces si estaba bien, si me
encontraba a gusto... No podías imaginar que en esos momentos, solo
necesitaba el viento en la cara y oler tu perfume para sentirme
completamente feliz.
Diez minutos más tarde llegamos al garaje. También era lo más natural
del mundo que antes de entrar en el ascensor, te volviera a besar,
apasionado, cogiéndote de la cintura. Y que, faltaría más, tu me
contestaras, confirmando que tus ganas eran tan grandes como las mías.
Dentro del ascensor, solos, tuvimos cinco pisos para comprobar que no
hay pintalabios que aguante una prueba como la que estábamos haciendo
nosotros: siempre desaparecen. "Planta quinta" nos dijo la máquina.
Justo a tiempo para recomponer el gesto, antes de salir nosotros y dejar
pasar a una vecina con su bebé.
- Buenos días - saludó, con "excesivo" interés.
- Buenos días Lola - le contestaste dejándola atrás rápidamente.
Buscar en el bolso el llavero, abrir la puerta, entrar, dejarme pasar
y cerrar detrás nuestro. En total unos cinco segundos. Una vez dentro,
con la espalda contra la puerta, ni dos, tardé yo en lanzarme a seguir
comiéndote las ganas y la boca. El bolso cayó al suelo, al lado ya
estaba uno de mis zapatos. Tu blusa, con esos botones tan bonitos... me
recreé quitándolos despacio, intentando que no se notara mucho el
temblor de mis manos. Mientras besos y caricias se desparramaban por
toda la geografía de tus pecas. Tu cuello, asediado, rindió la plaza; lo
giraste y lo ofreciste entero para morder... Y allá que fui, obediente a
rendirte honores. Al final, sin más botones te ayudé a quitarte la
blusa descubriendo un precioso sujetador de encaje, del cual poco me
dejaste disfrutar. Fuera mi camisa, sin desabrochar. Bajar una
cremallera y abajo la falda.
Fuimos dejando por el pasillo un reguero con la ropa... nada
importaba. Solo sentíamos nuestras manos, nuestra piel, nuestro deseo. A
mitad del pasillo, ya andaba mi mano por tu sexo... atrevida y audaz
acariciándote. Haciéndote parar, apoyada contra la puerta del baño
cuando llegó el primer orgasmo. Dejándote sin aliento, con la boca
abierta, que yo aproveché para morder...
Besos, mil besos. Un ataque fulgurante de besos nos llevó hasta el
borde de tu cama. Un segundo. Nos paramos de pie un instante, mirándonos
a los ojos... sin hablar. Hasta que me acerqué a tu oído, rozando tus
pezones excitados con mi pecho para decirte:
- Supongo que sabes lo que va a pasar ahora.
- No, no sé nada. ¿Que va a pasar? - me contestaste, pícara y juguetona. Sonriendo de medio lado...
-
Que te voy a comer - te dije, mientras bajaba besando tus pechos,
chupando esos pezones duros. Por tu estómago, acariciando tu costado,
aprovechando para bajar tus braguitas, dejando al descubierto tu secreto
más dulce....
Y, a partir de ahí, el tiempo se detuvo... y todo fue tan dulce... tan natural.
••••
Dentro de un tiempo, cuando recordemos este encuentro, seguramente
veremos que al final lo único importante, lo que vale la pena, lo que
permanecerá, fueron los diez minutos de paz que tuvimos después. En
silencio, desnudos, abrazados el uno al otro, viendo pasar las nubes
blancas sobre el fondo azul de cielo, mientras una dulce sensación de
abandono, nos llenaba a los dos...
Hay varias maneras de vivir, pero solo tenemos una oportunidad de hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario