Desde siempre, he tenido un sueño. Uno de esos grandes, que se
intuyen casi imposibles de conseguir, de los que siempre te acompañan y
que, en los malos tiempos, son como aquella luz que divisas a lo lejos
en el bosque... como quien dice: la última esperanza a la que poder
agarrarse.
Siempre he mantenido la ilusión, he soñado que algún día encontraría
ese lugar en el mundo a donde siempre puedes volver. Ese rincón donde
sabes que, por muy lejos que te hayas ido, siempre podrás regresar para
descansar después de la tormenta; desde donde puedes disfrutar de las
mejores puestas de sol; donde compartir esos momentos especiales con la
gente que de verdad te quiere y te aprecia, sin prisas pero con la
nevera eternamente llena de lo necesario para alimentar ese cariño, esa
amistad, ese amor.
Durante mucho tiempo, soñé con una casa en medio del monte al final
de un camino de tierra, pero cerca del mar. Donde no importara lo alto
que pusiéramos la música o lo largas que fueran las noches, ya que no
podríamos molestar a los vecinos. Con un gran porche donde disfrutar de
las veladas de verano y una chimenea para dejar fuera el frío del
invierno o ese otro, terrible, que se aferra a los corazones heridos.
Sin lujos, sencilla. Blanco en las paredes, azul en las ventanas y
cemento en el suelo. Con muchos colchones hinchables por si las visitas,
grandes armarios llenos de mantas, toallas y velas, una terraza donde
tomar baños de sol o de luna con estrellas y un paellero, donde
disfrutar cocinando para todos. En el patio, una sombra de cañizo y en
el camino de entrada una higuera. Algunos olivos y un gran pino en la
parte de detrás.
Un sitio donde sobren los zapatos y que siempre me mantuviera
anclado, una brújula que supiera donde está mi norte y donde mis amigos
tuvieran la certeza que, por muy mal que se dieran las cosas, jamás se
apagaría la bombilla sobre la entrada, señalando el camino hacia un
refugio seguro...
Pero el tiempo me ha enseñado que también todo eso es innecesario...
y, a la vez creo que me ha mostrado ese lugar soñado, siempre abierto y
accesible a todos con quien de verdad, tengo algo que compartir. Está
eternamente abierto, tiene la luz siempre encendida. Es fresco en verano
y caliente en invierno, sea cual sea la fecha del año en la que quieras
visitarlo.
Es tu casa, viajero; es tu refugio soñadora; es el hogar construido
con mimo y paciencia. Con la inconsciencia de la intuición. Paso a paso,
imagen a imagen, letra a letra.
Bienvenidos amigos, a mi universo digital, mi casa en la nube, mi castillo inexpugnable. Mi mejor yo. Que es todo tuyo.
Se bienvenido al llegar y ve con todas las bendiciones al partir.
Nadie te dirá nada ni te pedirá nada (ni siquiera explicaciones), estés
el tiempo que estés.
Cada una de las personas con las que me he tropezado hasta ahora en
estos enormes y frágiles universos digitales, ha dejado su recuerdo (un
dibujo, una sonrisa, una emoción, una idea, unas letras...) que son los
ladrillos y el cemento con los que están construidas las paredes
invisibles, pero firmes, de esta vuestra casa, nuestro refugio.
Bienvenidos.
Bienhallados.
Gracias por compartir este tiempo que nos ha tocado del viaje.
Gracias por leer.
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